jueves, 29 de abril de 2010

"Lima es una ciudad que se reinventa"

La República
Dom, 17/01/2010
Arquitecto y urbanista, Augusto Ortiz de Zevallos en uno de los grandes conocedores de la problemática de la capital, a la que ha dedicado sus mejores esfuerzos intelectuales y profesionales, tal como lo demuestra el Gran Parque de Lima, creado y diseñado a su iniciativa. Con él dialogamos con motivo de los 475 años de la fundación de la ciudad.
Por Federidco de Cárdenas
Fotos Rocío Orellana

Lima es una ciudad que suscita grandes pasiones. Ha provocado diatribas feroces como las de César Moro y Sabastián Salazar Bondy, pero también ha tenido defensores de la talla de Raúl Porras o Héctor Velarde. ¿Cuál es tu relación con la ciudad?

–Es una relación de amor-odio, como se da incluso en sus detractores. Salazar Bondy negó a Lima como arcadia colonial, pero en su diatriba hay algo de amor adolescente hacia una madre con la cual no termina de entenderse. Y Velarde, que fue uno de sus defensores, tiene textos en los que ironiza sobre el mal gusto, la huachafería, la arquitectura de cuento de hadas o la cortesanía limeñas. Lima es una ciudad con pegada, con espesura. Luis A. Sánchez dijo primero que es la ciudad de la que uno escapa y luego que de ella no se escapa nadie, que es como decir que ser limeño es algo irrenunciable, como un destino.

Lo que ocurre es que es una ciudad que se está reinventando, y por eso la Lima de hoy me parece muy estimulante. Es una ciudad que se obstinó en no ser peruana, pero que por fin se reencontró con el Perú como una suerte de crisol en el que la mitad más uno vienen de fuera y las muchas identidades se van conjugando y la sienten suya. Es verdad que hay muchas Limas, como le pasa a México. Hay Lima Norte, Lima Este, Lima Sur, Lima Centro y guardan sus patologías. Por ejemplo el deseo de la clase más pudiente es irse, a Miami o Asia.

Podemos no querer Lima por su cielo gris o plomizo, pero cuando sale el sol –al cual los limeños llamamos de 20 cariñosas maneras– la amamos. La de hoy es una ciudad vital, emergente, con potencialidades, pero también es una ciudad descoyuntada, caótica.

–Encuestas recientes descubren que hay una mayoría de limeños que tiende a encontrarla “bonita”. Es verdad que es un término amplio y relativo, porque en su arquitectura dejó de serlo hace un buen rato.

–Así es. Puede decirse que hasta la Lima de Leguía tuvimos una ciudad con presencia muy fuerte: los balcones e iglesias y las casas con identidad propia, fruto de un mestizaje que inventó sus elementos. Incluso la ciudad de Leguía fue generosa, con sus avenidas dirigidas al mar (Arequipa, Brasil) y sus generosos parques (Reserva, Exposición). Era una ciudad que ofrecía espacios públicos, pero que luego se fue negando y reduciendo. Surgió ese urbanismo triste de matar árboles y crear “corredores”, palabra horrible que convierte a sus avenidas en lugares de paso donde reina el auto.

Lo “bonito” tal vez esté referido a esa combinación curiosa que abarca la gastronomía, lo criollo en el buen sentido de humor y empatía. Hay ciertas maneras de ser limeño que terminan siendo gratas y que enganchan rápidamente con los extranjeros. Quizá se trate de una personalidad limeña más intangible que tangible. También de esos mitos que se resisten a morir, como aquello de la “Perla del Pacífico” o la “Tres veces coronada villa”, que no se refiere a ninguna coronación, sino a los tres reyes magos. Esa Lima señorial se fue, y en buena hora. Ahora se está inventando otra cosa, como ocurre con todas las grandes metrópolis, con una población joven que recrea su ciudad.

No podemos olvidar que Lima y su periferia cuentan ocho millones de habitantes, y en ese sentido hablar de una sola Lima tiene mucho de abstracción.

–Es una abstracción. Y hay sociólogos que han estudiado cómo Lima reproduce al Perú y cómo el mapa de las migraciones, con las ubicaciones de ayacuchanos o puneños. Todo provinciano llega a la casa de un pariente y el Norte, Este o Sur son como transiciones hacia lo limeño, perceptibles especialmente en el folclor que se escucha los fines de semana en diversas partes de la capital. Gustavo Riofrío ha estudiado esta incorporación a la ciudad a partir de dos o tres generaciones familiares que se suceden, a veces en el mismo espacio, con las invasiones iniciales convirtiéndose en casas y luego en edificios. Es que hay identidades que anclaron y tienen cohesión y a las que ya no corresponde el concepto de “cono”. Al comienzo fueron una suerte de ciudades-dormitorio de gente que trabajaba en el gran centro, pero eso quedó atrás y ahora habría que hablar más bien de Lima Norte, Lima Este o Lima Sur, ciudades caóticas pero vitales, cuyo crecimiento habría que ordenar, y no dejar en manos de los especuladores.

Si no hay un mínimo ordenamiento, el riesgo es la fracturación.

–Así es. El riesgo es el de una cada vez mayor fragmentación y con menos espacios de encuentro, pese a que hoy la gente tiende a encontrase más que hace años.

Los alcaldes

–Hay quien afirma que Lima es hechura de sus alcaldes. No sé si la frase tiene sentido, pero lo que es cierto es que desde 1980, cuando se regularizaron las elecciones municipales, se han sucedido diversos proyectos para la ciudad.

–Creo que los alcaldes son casi irrelevantes. Dependen de que tengan un plan y sobre todo los recursos para realizarlo. Por ejemplo el proyecto del Metropolitano, que intenta crear una columna vertebral a la ciudad y vincular el eje norte con el sur tendrá algún éxito porque permitirá un transporte colectivo con estándares mejorados y suscitará la emulación. No es posible que Lima continúe con esta madeja de 520 líneas que se enredan y anudan como tallarines. Pero los cambios se deben más a los migrantes, porque la autoconstrucción hizo que la ciudad ilegal superara a la legal y ha ido determinando la construcción de vías.

Orrego diseñó unos ejes de transporte que luego Barrantes materializó en parte, pero el tren eléctrico impidió que eso se continuara. Se perdió el préstamo otorgado por el BM porque se contradijo el modelo. Lo que hemos tenido ha sido un rosario de obras sueltas sin mayor conexión. Y, claro, la mejora de la economía por la recuperación del ahorro, permite que la gente se pueda pagar una vivienda a plazos. Pero no creo que los alcaldes tengan gran cosa que ver en esto. La ciudad se hace sola y los alcaldes la acompañan.

–¿Ni siquiera con Orrego, el único alcalde arquitecto que hemos tenido?

–No creo. Orrego era una persona empeñosa que construyó algunos ejes como la Túpac Amaru y Pachacútec. Inició un poco la construcción hacia las periferias, pero en el centro no pasó nada y me temo que en los años que siguieron pasó muy poco: el río (Rímac) sigue lleno de basura, la Costa Verde nunca se organizó. Es verdad que Lima tiene muy pocos recursos; Bogotá tiene un presupuesto diez veces mayor y lo mismo ocurre con Santiago.

Belmont hizo una alcaldía en la que las tareas eran pintar paredes y colocar adornos navideños. Salvo el by pass, dejó Lima al gobierno central, que lo hizo peor: el transporte fue desmontado en la época de Fujimori, quien impuso un “todo vale” por el que cualquier cosa que podía circular lo hiciera, sin importar su estado y por donde le diera la gana. Se desmanteló el sistema de rutas, algo que ni a la Thatcher se le hubiera ocurrido. El resultado es la locura de transporte que tenemos.

–¿Y el intento de ganar la Costa Verde para los limeños?

–Varias veces se ha tratado de armar una propuesta y ha fracasado. La distritalización hace a cada alcalde un reyezuelo y nunca la denominada “Autoridad Autónoma de la Costa Verde” ha podido funcionar como tal. El colmo es que se considere a los distritos como dueños de su propio suelo y puedan disponer de él para venderlo como negocio.

En estas condiciones, ¿cómo planificar para la ciudad?

–Es muy difícil. En Lima nada es pronosticable, y surgen los guetos que reúnen a los muy ricos, los muy pobres, los marginales, los mercados de contrabando y lo que existe ahora: grupos que administran la piratería en computación, cine, música, libros y que tienen sus espacios. Es el lado más tercermundista de la ciudad, pero en el mal sentido, aquello que la emparenta a Calcuta o El Cairo.

Luis Castañeda

Has sido uno de los más constantes críticos de la gestión del actual alcalde, Luis Castañeda. ¿Te ratificas en ello?

–Lo que me distanció inicialmente de Castañeda fue que rompiera con la tradición, respetada por Barrantes, Del Castillo o Andrade, de convocar al cuerpo de regidores, una tradición de pluralidad que hacía que la ciudad se pensara en conjunto. Este prescindir de la opinión de los otros continúa. Es verdad que trabaja mucho y que es eficaz, además ha producido un volumen de obras superior a otros. Pero creo que se equivoca en su poca apertura, en su reticencia a hacer que los ciudadanos participen de sus proyectos, algo que Mokus en Bogotá y Peñaloza, su sucesor, lograron bien: esa noción de ciudad de todos y con espacios compartidos. El bogotano de hoy está orgulloso de lo que tiene y lo defiende. La falta de comunicación de Castañeda hace que pierda una ligazón con los ciudadanos.

Tengo la impresión de que, aparte de las escaleras y los hospitales de la solidaridad, Castañeda hubiera ido construyendo su proyecto para la ciudad una vez elegido.

–No hay que olvidar que tuvo por algunos años EMAPE, responsable del peaje. Creo que eso lo marcó y que su mirada es demasiado “vialista” y que no abarca otras dimensiones. El manejo del tema cultural ha retrocedido en su gestión. Con Andrade hubo bienal de arte, ópera joven y decenas de manifestaciones que se han perdido. Es posible que no tuviera algo muy armado y que lo haya ido construyendo como sus obras de vialidad. Pero la ciudadanía limeña concebida como conocimiento, información, participación y cultura no está siendo trabajada. Desde una perspectiva promedio –y para los que ya no esperaban nada– su gestión resulta eficiente. Pero hay otros modelos en los cuales podríamos mirarnos. Pienso en Bogotá o Curitiba, y me parece que la ciudad desaprovecha posibilidades que tiene. La falta de diálogo que practica el alcalde hace que tampoco se muestre dispuesto a enterarse de ellas.

–¿Y tu experiencia como regidor?

–Nunca supe en qué consistía el cargo. No se me dio ninguna tarea personal, como podía ser la coordinación con un distrito o una labor en el concejo. Esta concepción del regidor como si fuera una entelequia perjudica mucho su labor. Queda una situación entre dos aguas en la que, como ocurre con los congresistas, nadie sabe qué hace un regidor, en tanto que el alcalde hace todo y no rinde cuentas ni sigue una agenda.

EL PARQUE DE LIMA

En la época de Andrade estuviste ligado a la creación del Parque de Lima, que fue concepción tuya. ¿Satisfecho con la experiencia?

–Sí, en líneas generales. Lo sacamos adelante con una oposición feroz de la dictadura, que encargó al INC de la época poner toda suerte de trabas. Cuando planteé el proyecto se tenía miedo al usuario. Recuerdo que pedí peces y patos para los estanques y me dijeron que se los iban a comer. Lo que me gusta del Parque de Lima es su parte tangible: ver a la abuela con ropa serrana, a la hija que ya es urbana y al nieto que es rockero y que cada uno encuentra allí lo que le interesa. El parque se logró plasmar como un espacio público para todos. Incluso el Museo de Arte –que era muy exclusivo– multiplicó su asistencia y talleres. Llegamos a usar los siete auditorios, uno para 4 mil personas. Ahora se usan solo para el Día de la Madre, pero allí estuvieron Sabina, Manu Chao y nuestros rockeros. Y allí ha hecho Gastón Acurio su festival de gastronomía. En las encuestas sale como el segundo espacio preferido de los limeños. Le ha faltado gestión cultural y lo siento desaprovechado, pero es que aún tenemos una mirada solemne, muy poco laica y muy poco abierta. Lo que cuenta es que la gente lo reconoce como espacio propio y eso me pone contento.

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