Fuente La Republica
16 de enero de 2011
A pocos días de celebrarse el 476º aniversario de Lima, echamos un vistazo por La Colmena. La avenida principal y antiguo emblema de la ciudad languidece hoy olvidada por laoridades ediles. Luis Castañeda no hizo nada por recuperarla durante sus ocho años en el municipio. Hoy la esperanza está en s autmanos de una nueva gestión edil.
Por Karen Espejo
El esplendor se diluye en olvido a lo largo de La Colmena. La que fuera una de las avenidas más bellas y deslumbrantes del Centro Histórico de Lima en las primeras décadas del siglo XX agoniza hoy en medio de cines porno, fantasmales predios deshabitados y hedor a orines. Descendemos del auto junto a la arquitecta urbanista Silvia de los Ríos y el escenario es desolador.
“A veces me deprimo cuando vengo acá”, confiesa la experta apenas recorremos las primeras cuadras de La Colmena.
En el 306 de esta avenida, una casona amarilla se impone en toda una esquina. Posee una cúpula coronando su techo, preciosas esculturas de laureles sobre sus ventanas y rostros de ángeles bajo una docena de balcones magistrales. Una joya arquitectónica del estilo europeo art nouveau que alguna vez albergó a cierta aristocracia limeña y hoy desperdicia su singularidad convertida en hostal de S/.13 el cuarto, bodega y restaurante de menú indigesto. Junto a este inmueble, otras obras de arte alojan tugurios o están condenadas a permanecer cerradas en el día y abiertas durante la noche para ofrecer espectáculos de sórdido erotismo. La pena de Silvia de los Ríos es más que comprensible.
Restos de historia
“Cuando el entonces presidente Nicolás de Piérola construye La Colmena (en 1898), todas las casas tenían este estilo arquitectónico y fueron pobladas por gente de clase media alta y alta. Es la avenida que reúne mayor valor de art nouveau (una reinterpretación del nuevo arte del siglo XIX). Muy pocas ciudades en el mundo tienen este estilo y es un privilegio tenerlo en nuestro Centro Histórico. Perderlo sería lamentable”, comenta De los Ríos antes de volver a desilusionarse. Y es que unos pasos más allá se erigen los restos del famoso restaurante francés La Córcega, uno de los muchos locales gastronómicos europeos que antes atendían en el lugar. Hoy, lo único que queda de él es una fachada percudida, puertas tapiadas con ladrillos y un espectacular techo con ventanas rojizas. A través de sus estilizados balcones se puede ver que tras sus paredes todo está derruido.
“Ese era uno de los pocos art nouveau afrancesados que quedaban. Se dice que muchos propietarios que abandonaron sus casas no sabían qué hacer con ellas y dejaban los caños abiertos para que las paredes –muchas de ellas de adobe y quincha– se humedezcan y colapsen solas”, cuenta Silvia, quien es coordinadora del Equipo Centro Histórico de Lima, del Centro de Investigación, Documentación y Asesoría Poblacional (Cidap). Antes de nuestro recorrido, el profesor de historia de la arquitectura José García Bryce ya nos había adelantado que las élites de Lima comenzaron a retirarse de La Colmena –y en general del Centro Histórico– entre los años sesenta y setenta, en busca de lugares más exclusivos como San Isidro y Miraflores. La llegada de migrantes, la crisis económica y el terrorismo terminaron por ahuyentar, a fines de los ochenta, a los lujosos negocios que allí se asentaban.
Cultura estancada
Eso ocurrió, por ejemplo, con el cine Colmena, “uno de los más espectaculares de antaño y con carteleras de estreno”, comenta De los Ríos parada en su frontis. Hoy, este antiguo centro cultural es un cine porno, con precarias viviendas y comercios en los pisos de arriba. La triste historia se repite con el cine Le París, uno de los más importantes de la época, que actualmente exhibe sin pudor cintas como “La sirvienta erótica” y “Diversión sexual”, por solo cuatro soles.
La ubicación de ambos locales –según la experta– era estratégica ya que en medio de ambos se encontraba el Crillón, un hotel de cinco estrellas. En alguna de sus 550 habitaciones durmieron artistas como John Wayne, María Félix, Nat King Cole y Pelé, o empresarios como Luis Banchero Rossi, “quien antes de morir alquiló todo el piso 19 para vivir”, según el historiador Juan Luis Orrego. “El Crillón tenía además su Sky Room, el restaurante más ostentoso del momento, y La Carpa Teatro para conferencias políticas”, recuerda con entusiasmo De los Ríos, aunque la ilusión se esfuma nuevamente al ver un enorme cartel de “Edificio en venta” colgado delante de su estructura.
Frente a nosotros, lo que era el restaurante Chalet Suites, donde se comían los mejores crepes suzettes de Lima, luce inmensos candados bloqueando sus ingresos. Y junto a nosotros, librerías que en recuerdos de blanco y negro eran las emblemáticas Albión, Studio y ABC han sido transformadas en decadentes casas de libros usados, fotocopiadoras o agencias de viaje. La cultura se estancó en el pasado.
Siempre abandonada
Una cuadra más allá, en el cruce de La Colmena con Caylloma, esqueletos de cuartos derruidos afean aún más el paisaje. “Esa casa está destruida desde el sesenta, y desde esa fecha nunca se ha hecho nada en ese terreno”, asegura De los Ríos, y nos muestra una foto que nos deja impresionados. Tal como se ve en la imagen de la primera página de esta nota, una casona de tres pisos, con puertas de arco, una veintena de balcones y columnas decoradas con esculturas, estaba instalada en ese lugar.
“La familia que vivía allí abandonó la casa para ir a las nuevas zonas residenciales del sur de Lima. El municipio la declaró finca ruinosa y destruyó esta pieza de arte. No podemos esperar que ocurra lo mismo con otros predios. Con las casonas que aún se mantienen en La Colmena se puede armar fácilmente un circuito turístico. Aún tiene el potencial de volver a ser la calle cultural que fue décadas atrás”, asegura Silvia. Según la arquitecta, esto es lo primero que debería hacer la nueva Municipalidad de Lima: recuperar los usos originales del Centro Histórico y realizar programas dinamizadores para repoblar esta zona. Y es que en nuestro corto recorrido por La Colmena, desde la Plaza Dos de Mayo hasta la Plaza San Martín, contamos alrededor de 20 inmuebles desocupados, muchos de ellos torres de 9 y 14 pisos. “Un centro sin gente viviendo allí es un centro muerto, porque a cierta hora todo está cerrado y aumenta la inseguridad. Esto es lo que hay que cambiar”, precisa Silvia.
Al llegar a la Plaza San Martín, sin embargo, vemos algunos locales que se resisten a quedar en el olvido. El Hotel Bolívar, que desde 1924 hospedó a presidentes y diplomáticos, continúa en pie. “Ya no aloja a las élites de Lima, pero sí a algunos turistas. Además sus salones se alquilan para todo tipo de actividades”, detalla la especialista. Al frente, lo que fue el lujoso restaurante El Cortijo –aún más antiguo que el Bolívar– se presenta hoy como la pollería Roky’s, donde las decoraciones del art nouveau han sido cercenadas.
“Hace 15 a 20 años, los centros históricos de Latinoamérica entraron en crisis. Los pobladores, buscando zonas más exclusivas, fueron abandonando estos lugares por considerarlos viejos. Pero hoy esta situación se está revirtiendo. En Quito, por ejemplo, donde hay un impulso fuerte de su Centro Histórico. La Colmena no debe seguir postergada. Es triste que aquí las autoridades no se preocupen por rescatar el patrimonio, sino que lo vean como una carga, como una pesadilla”, concluye De los Ríos, antes de partir de esta calle olvidada, que espera recuperar su esplendor algún día.
El Metropolitano
-Según la arquitecta urbanista Silvia de los Ríos, la anterior gestión del municipio de Lima no fue capaz de revitalizar ni destugurizar el Centro Histórico. “La recuperación del Parque de la Muralla es interesante, pero que ingrese el Metropolitano aquí no se justifica. Por el contrario, altera la trama urbana y trae más gente de paso, en lugar de preocuparse por construir un centro en el que se pueda vivir”, opina.
-”En la Plaza San Martín, por ejemplo, se han retirado las farolas originales y se han instalado piletas altas que compiten con el escenario de la plaza. Se trata de armonizar, de vestir la ciudad para ir marcando una memoria colectiva de nuestra identidad. No de aplicar medidas que luego dejen heridas sangrantes en los aspectos social y cultural”, agrega la experta.